jueves, 4 de diciembre de 2008

Sesión del 29-10-08

Más vale tarde que nunca. Espero que pueda reparar el problema del retraso en la actualización del blog, añadiendo ideas más interesantes que las que tenía para cuando debía haber escrito esto.
En aquella sesión no comentamos muchas noticias, por lo que hablamos del tejido empresarial español en su lugar. Y ateniéndome a los datos del desempleo que aparecieron antes de ayer en los principales medios de comunicación, creo que la cuestión encaja como un guante. Pues si haciendo un pequeño esfuerzo de abstracción, pensamos al mercado de empleo –teniendo en cuenta la consideración de que para el sistema actual, la fuerza de trabajo es un producto más, en los términos que tanto Sweezy como C. Offe y otros autores detallan; y por lo tanto, un error de categorización el cual genera una estructura de desigualdad entre los diferentes actores de las relaciones laborales (trabajadores, estado y empresarios).– como un lugar donde diferentes individuos interactúan, entonces, la concepción que cada actor tiene sobre sí mismo y su función y posición respecto al conjunto, además de la concepción que tienen sobre la posición y función del resto de actores del conjunto respecto así mismos y el sistema – una concepción de doble hermenéutica.– es fundamental para entender los procesos críticos y de destrucción de empleo como el actual. Pues nos permite ver con mayor claridad cual es la raíz del problema: una total falta de comunicación y de comprehensión.
La pregunta que cabe hacerse es ¿por qué se están destruyendo tantos puestos de empleo y por qué no se es capaz de invertir tal situación, o al menos frenarla? La respuesta es sencilla: porque en el momento de auge económico que se vivió a partir del 96, el estado aplicó medidas de creación de empleo precario, en consecuencia o en relación a la dinámica y filosofía empresarial española. Esta filosofía se caracteriza por estar orientada exclusivamente al consumo, o a la producción; pues es más fácil y lucrativo a corto plazo, vender un producto que crearlo –por eso somos un país eminentemente importador–. Por lo que los empleos que se crearon entonces, estaban en la línea del sector servicios, de la venta de servicios, y de la construcción; no de la creación de una base tecnológica, creativa y de conocimiento que pudiese soportar las demandas de ese mercado. Esto lleva a inferir que, en momentos donde no hay dinero para que las empresas aumenten su producción y su competitividad en el mercado, debido a una crisis financiera previa –y teniendo en cuenta que nuestra economía es principalmente financiera y bancaria, pues los bancos tienen en origen y actualmente más presencia nacional e internacional que la industria o la tecnología.– entonces la única vía de reducción de costes en la producción, se encuentra en el despido de mano de obra. Así pues, si ni se vende ni se compra, no se produce y se despiden trabajadores: por lo que se compra o se vende menos todavía, y entonces se acude al estado como un niño en llanto quejándose de que uno más fuerte le ha quitado la merienda.
Cabe decir que, si en 1996 en lugar de haber flexibilizado la norma social de empleo, a favor de las demandas empresariales –sobre todo teniendo en cuenta que comenzaba un ciclo económico ascendente que venía del año anterior en Europa.– se hubiese optado por mejorar, flexibilizar y desarrollar tecnológicamente la base y el tejido empresarial, a día de hoy tendríamos más recursos para afrontar la situación, y no se destruiría tanto empleo. Pero claro, era más fácil aprovechar políticamente la situación –como hizo el siguiente gobierno en este año de elecciones, cuando en lugar de avisar que se acercaba este periodo de crisis, se dedicó a afirmar que las últimas tendencias de crecimiento eran consecuencia de sus políticas.– y colgarse la medalla de la creación de empleo mediante medidas que, dentro de su incoherencia, siempre beneficiaban en ese lance de crecimiento a las empresas: pues encajaba con su filosofía.

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